El espejo en que te miras

En la antigüedad, cuando todavía no se había inventado el vidrio, los espejos se hacían de bronce, estos eran golpeados y pulidos hasta que reflejaran la imagen.

Cuando las tribus de Israel, en el desierto construyen el templo, para hacer la fuente donde los sacerdotes debían purificarse, las mujeres que velaban a la entrada del Tabernáculo ofrendaron sus espejos para que sean fundidos (*).

Todos esos espejos se convirtieron en la fuente donde los sacerdotes veían reflejada su imagen en el agua transparente.

Luego del sacrificio de animales en ofrenda al padre, el agua quedaba teñida de rojo por la sangre, al limpiarse los sacerdotes para poder ingresar al lugar santo.

Unos siglos después, un Nazareno, puro y transparente como el agua de la fuente, derrama su sangre en un madero y nos limpia.

En el espejo de bronce, hecho por el hombre, vemos todas nuestras imperfecciones, encontramos siempre algo que no nos gusta, esa nariz muy prominente, esos ojos del color que desearíamos cambiar, el pelo y las arrugas que muestran nuestra edad, o tal vez el espejo refleje en la pesadumbre de la mirada situaciones que te hacen mal (dolor, ira, rabia, tristeza, soledad, miedo, ansiedad)

Te propongo que cambies de espejo, mírate en la fuente del Señor, y descarga en ella todas tus frustraciones y emociones que no te dejan avanzar, él ya te limpio, en su espejo veras luego reflejado su inmenso amor.

(*) Exodo 38:08